miércoles, 27 de agosto de 2014


Como el rumiar de las ovejas, parece ser que olvidaba que todas esto se repite siempre. Nunca se digiere. Siento que mi cuerpo vuelve a ser un saco lleno de pensamientos pesados. Que lo relentizan, lo hacen gordo y feo.

Mis manos desprenden calor. Ese calor que es la energía vital, que te hace tocar las personas sin que parezcas una muerta. Y que te hace sentirlas.
Y mis pies; ahora tocan la tierra y aguantan mi cuerpo, que ya no es una rama, sino un tronco bien arraigado a la tierra.

Todo el calor, toda la energía
me parecen ahora, otra vez,
despreciables.


Que pena. Tener que volver al frío, al azul y los morados, a los huesos.